La salud desde el viejo paradigma: un delito estar sano

Nuestros antepasados vivían la vida saludablemente, en completa armonía con sus cuerpos, con sus comunidades, con la madre tierra y con el cosmos, y sólo ocasionalmente se enfermaban, y así, igualmente, ellos mismos se curaban. ¿De qué manera? De la manera más natural. Recurrían a plantas u otra forma que los ayudara a curarse. No necesitaban atiborrarse de medicamentos y en el peor de los casos se morían.

El chamán, mamo, mohan o noama, oggue, etc, ejercía las funciones de médico, pero también la de guía espiritual, autoridad gubernativa, consejero conyugal, etc, que junto al enfermo buscaba su armonización, es decir, buscaban juntos recuperar la armonía de la persona consigo misma, con su entorno y con el cosmos.

La concepción predominante no miraba la piel del cuerpo humano como una frontera que lo separaba de su entorno, de su sociedad ni del cosmos; por el contrario, su piel era otro “sentido” que lo mantenía en comunicación permanente con todos los demás seres vivos, con la madre tierra, con el aire, con el fuego, con el agua y con el cosmos, ya que la piel no es la frontera sino un borde semipermeable para líquidos y sólidos como las proteínas, pero absolutamente permeable a las radiaciones solares, las ondas electromagnéticas, al calor, a las ondas sonoras.

Con la primera globalización en el siglo XVII, en América fue destruída la forma de mirar la salud de nuestros antepasados y se implantó la visión del vencedor, el europeo. La implantación del paradigma cartesiano-newtoniano, especialmente a partir del siglo XIX, particularmente en las ciencias médicas ha llevado no sólo a la disociación cuerpo-mente, no sólo nos disecó en moléculas, órganos, aparatos y sistemas, sino que nos sumió en el mundo perturbador de convertir la salud en un problema eterno y sin solución.

Estar sano se convierte en mayor problema que estar enfermo. El modelo médico sanitario que nos implantaron, con toda su carga de verticalidad, de exclusión de las diferencias y de los diferentes, de predominio de la media estadística, de la homogeneización, trajo como otra consecuencia la destrucción del modelo médico sanitario indígena, y en el mejor de los casos su ocultamiento, su “enconchamiento” en espera de “épocas mejores”.

Con el desarrollo de la “ciencia” se principia a descubrir las enfermedades y se olvida el enfermo. Se prioriza en la enfermedad y no en el ser humano, iniciándose el proceso de deshumanización de la medicina y la mala humanización del médico. Se descubren más y más enfermedades, algunas de ellas a nivel molecular que aún no se han manifestado, pero con la mejoría de los sistemas de diagnóstico, ya estás enfermo, aún antes de que te manifiesta la enfermedad.

Con el desarrollo de los medios de diagnóstico podemos “predecir” midiendo el grosor del muslo de una persona y su espesor de grasa si en un “futuro” presentará Diabetes, en más o menos diez años, dizque con el propósito de prevenirla. Para tal fin, ya esa persona, que aún no es diabética debe comenzar un régimen dietético y medicamentoso como si YA realmente lo fuera. Con tal “predicción”, esa persona sana en este momento, ya está enferma porque le diagnosticaron una enfermedad que le aparecerá dentro de 10 ó 15 años.

Tal persona ha sido ya medicalizada, ha sido “diagnosticada” y de ahí en adelante será un enfermo que recibirá tratamiento, aún sin-que la enfermedad se le haya manifestado! No se vé a la persona en su totalidad, en su integralidad, en su interrelación consigo mismo, con sus semejantes, con su medio, y se le califica de “potencialmente enfermo de diabetes”, y como para el modelo médico imperante la salud es un estado, entonces ya estás diabético.

Se olvidan de las probabilidades, y por ende de los procesos, y se convierte todo en la media aritmética, dejan de lado lo que el Dr. Payán llama “el a veces y el depende” para buscar la certidumbre del diagnóstico, así ese diagnóstico vaya a ocurrir dentro de 10 ó 15 años. Porque en el juego de las probabilidades “a veces” es posible que esa persona se muera en un accidente automovilístico o porque se tragó una espina, o porque presente un choque anafiláctico, o por cualquier otra causa, antes de que desarrolle la enfermedad diagnosticada, o puede que se muera viejita de otra causa o de muerte “natural”, sin que haya manifestado esa enfermedad.

Olvidan que el ser humano es una estructura, u organismo, autopoiética disipativa, en cambio permanente, que define por sí mismo que “impulsos” o “encuentros” o “desencuentros” desencadenan en su organismo un quiebre autopoiético una vez llegado a un punto de bifurcación.

Cabe preguntarse: ¿A quién favorece tal modelo? Es claro que no favorece a la persona, al ser humano. Con el desarrollo del capitalismo, tal modelo favorece a las grandes compañías que han convertido la enfermedad en su negocio capital, compañías farmacéuticas que han impuesto el “estar enfermo” como lo normal en la sociedad, y lógicamente, todo enfermo tiene que ser medicado necesariamente, es decir, recetado con los medicamentos que tales compañías producen y expenden en todo el mundo aún a costa de la salud de millones de personas que padecen sus “efectos colaterales”.

Es conocido que el informe Flexner de 1910 fue financiado por las grandes compañías farmacéuticas que necesitaban sacar la homeopatía del mercado médico sanitario estadounidense y mundial. Una vez logrado esto, comenzaron a reinar y satanizaban todo lo que no fuera “científico”. Y científico era todo aquello que podían reproducir en estudios de laboratorio que confirmaban que tal o cual principio activo servía para tal enfermedad, publicados en revistas médicas de gran prestigio mundial y cero ética, sin importar que los “efectos colaterales”, como los “daños colaterales” en la guerra, pudieran ser –y de hecho los eran- más desastrosos que la enfermedad, y sin importar la manipulación de resultados para demostrar que el medicamento sí servía para tal o cual enfermedad.

Se cambiaba entonces un problema por otro problema, pero lo importante era que el ser humano seguía “medicalizado”. Pasaba de una enfermedad a otra por acción de los medicamentos, cambiaba por ejemplo el dolor de la artritis por la úlcera gástrica producida por los medicamentos antiartríticos, cambiaba el dolor de la artritis por el infarto de miocardio por el VIOXX, o la impotencia por problemas cardiovasculares, o la depresión por el suicidio. Y así nos meten en la rueda sin fin de la medicalización al punto que algunos autores plantean que no hay persona en el mundo que muera sin haber tomado medicamentos.

En este orden de ideas, propender por la salud de un ser humano, de una comunidad, deviene en actividad subversiva, en delito punible, ya que estar sano es contrario al modelo de mercado médico-sanitario imperante, y luchar por vivir saludablemente es sospechoso para los detentadores del poder que luchan denodadamente por evitar la creación-de-nuevas-visiones y la creación-de-nuevos-mundos.

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