SOBRE EL LIBRO ‘PROHIBIDO OLVIDAR’

Por Dick Emanuelsson y Hernando Vanegas Toloza

Hay libros que es imprescindible leer si se quiere conocer la realidad de un pueblo. O su cultura. Así es imperativo leer ‘El Quijote’ de Miguel de Cervantes Saavedra para comprender la literatura española en su conjunto. O ‘Cien años de soledad’, de Gabriel García Márquez, para comprender la realidad del ‘realismo mágico’ de Colombia.

De igual manera es imprescindible leer libros histórico-sociales para comprender la realidad de los acontecimientos históricos de un pueblo o una sociedad. ‘Prohibido Olvidar’, escrito por Gustavo Petro y Maureén Maya, sobre los trágicos y aún dolorosos sucesos de la ‘Toma del Palacio de Justicia’ y la ‘ContraToma’, es un libro imprescindible para comprender parte de nuestra historia reciente.

Que nos sirve y nos lleva por el ejercicio del poder en Colombia. Un ejercicio violento, excluyente, que recurre al Terrorismo de Estado para ‘enfrentar’ la ‘amenaza’ del accionar de un pueblo que no se arredra ante la vorágine de sangre a la que ha sido sometido. Un pueblo que resiste y lucha, que crea sus formas de resistencia y las desarrolla, para exigir mejores condiciones de vida y democracia.

En Colombia confluyen rasgos económicos feudalistas con un capitalismo deformado, con la existencia de unas clases terratenientes y capitalistas, que elitizaron la vida de los colombianos hasta la imposición de una estratificación social que corre por cuenta del Estado colombiano. De allí a la visión de lo que es fundamental para la existencia del Estado y la sociedad colombiana, es la preservación de la existencia de estas castas que actúan impelidas, apoyadas por el socio imperialista que se vuelca hacia nuestra territorialidad, como ave de rapiña ávida de nuestros recursos naturales y también de nuestra sangre.

De tal manera que el ejercicio del poder en Colombia tiene como impronta el derramamiento de sangre para favorecer las clases que detentan ese poder. La oligarquía colombiana no permite que ninguna otra clase social y sus organizaciones políticas tengan la mínima oportunidad de disputarle el poder. Para lograrlo no ha vacilado en asesinar a sus competidores.

La historia está llena de magnicidios en Colombia. Desde la noche septembrina cuando atentaron contra El Libertador Simón Bolívar, pasando por el asesinato de Antonio José de Sucre en Berruecos, cometidos por dos miembros de la ‘rancia’ oligarquía caucana, y el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán en 1948; hasta los asesinatos de Luis Carlos Galán Sarmiento, liberal, y la de los candidatos presidenciales de la Unión Patriótica (U.P.), Jaime Pardo Leal y Bernardo Jaramillo Ossa.

De igual manera está llena de horrores cometidos por las fuerzas estatales aplicando doctrinas foráneas, que impiden al colombiano militar mirar a su vecino como lo que es, su vecino, un ser humano común y corriente. La época llamada ‘La Violencia’ y lo que algunos historiadores llaman ‘La Segunda Violencia’ está signada por el derramamiento de sangre de personas inocentes, humildes campesinos, indígenas, estudiantes, amas de casa, niños.

Ese ejercicio excluyente del poder ha cerrado todas las puertas y las posibilidades de un ejercicio político civilizado en Colombia. La ‘política’ en Colombia no es el sano ejercicio del poder ‘del pueblo, por el pueblo y para el pueblo’, sino que es el insano ejercicio del poder ‘contra el pueblo’. Ningún político tradicional en Colombia es movido en sus aspiraciones políticas para favorecer al pueblo, sino que este ejercicio es una forma de ascender en la escala social en algunos casos, de enriquecimiento en otros, y en la inmensa mayoría de los casos para mantener los injustos privilegios de unos pocos.

Dominando el Estado aplican políticas que en nada favorecen las grandes mayorías de nuestro país. La solución de los graves problemas del pueblo colombiano en materia de educación, salud, empleo, vivienda, servicios públicos, etc, han sido aplazadas durante siglos. Imperan los intereses de una ínfima minoría que ha convertido al Estado en el aparato para perpetuarse y continuar el disfrute de un modo de vida que es ajeno a nuestra idiosincrasia, a nuestra esencia.

Es una verdad de Perogrullo que en Colombia quienes ejercen el poder abordan nuestros problemas de manera errónea. La simplicidad, la visión cartesiana-newtoniana, el desprecio por lo diverso y por el otro, el aborrecimiento y desconocimiento de lo autóctono, la imitación grosera y burda de lo europeizante y hoy día del «modo de vida americano», la incapacidad de una visión en el adentro del propio ser, la incapacidad de ver el adentro interiorísimo del otro, de reconocerse en el otro, han sido también resultados nefastos de esta larga noche de aculturación que hemos padecido los colombianos.

Nuestras desgracias toman otra dimensión, aún más dramática si es posible calificarla como tal, con la intromisión de poderes, intereses y apetitos externos y extranjeros a los colombianos, que condicionan e imponen por medio de la violencia, el impedimento de un entendimiento entre colombianos, que nos impide que nos miremos a la cara, y en ese mirar profundicemos nuestro auto-conocimiento y el redescubrimiento del otro, ese otro que de una manera u otra, que siempre y dependiendo de las miradas, siempre ha estado ahí, delante de nosotros, entre nosotros y muy adentro de nosotros.

En Colombia hemos vivido los que algunos investigadores llaman un proceso de exclusión de la «guerra biopolítica», la cual tomó después de la Independencia la dimensión de la diferenciación entre blancos y negros, blancos e indios, blancos y mestizos, blancos y el otro, que posteriormente es referenciada a nivel de partidos políticos como diferenciación entre liberales y conservadores, en donde no cabe el «otro», un tercero, que no puede ser englobado por la visión maniquea simplista de nuestra vivencia e historia cultural, que toma dimensiones cataclísmicas ya no con la eliminación del indio, del negro, del mestizo, sino con la negación del «otro», el diferente-divergente, al cual se procede a eliminar físicamente, en aplicación ciega de las doctrinas foráneas del imperio que el Libertador Simón Bolívar nos avisó de su advenimiento funesto.

Pero las acciones generan reacciones, en una compleja red de interrelaciones y dependencias, y la resistencia de los excluídos ha tomado diferentes vías y direcciones, lo que ha desencadenado la expresión brutal, sistemática, de la «guerra biopolítica» aplicada desde los tiempos de los antepasados. Una de las reacciones de los excluídos fue responder a la violencia con violencia, en ejercicio del derecho legítimo de la defensa de la vida. En ese ejercicio se producen aciertos y desaciertos, errores y fallas, que de una u otra manera van marcando el rumbo de la respuesta de los excluídos. Los que han apostado por el ejercicio pacífico de sus derechos han sido asesinados de manera inhumana, cruel, con inmensa sevicia e insania, y por esta causa hoy Colombia, los colombianos, padecemos una guerra civil que en el día a día ahonda más las diferencias, impide una mirada al adentro propio, que conlleva al cerramiento ideológico, grupal, a pesar de los esfuerzos de muchos por encontrar una solución “«civilizada» a tan compleja problemática.

El valor supremo del libro del senador Gustavo Petro y la periodista Maureén Maya es, a la par de incentivar la dilucidación de lo sucedido en ‘El Palacio de Justicia’, el intento, no sabemos si consciente por parte de los autores, de mirarnos directamente a los ojos, profundizando con nuestra mirada en el conocimiento de nosotros mismos, sin miedo de ver nuestros aciertos y errores con nuestros propios ojos, de acercarnos sin prevenciones a una mirada ‘colombiana’ de nuestros problemas y de acercarnos a la búsqueda de sus soluciones.

Es que en América hemos vivido durante siglos la imposición de un paradigma que nos ha des-humanizado y nos ha in-humanizado, en lo que Edgar Morin llama la noosfera, es decir «esfera de las cosas de la mente, saberes, creencias, mitos, leyendas, ideas, en la que los seres nacidos de la mente, genios, dioses, ideas fuerza, han tomado vida a partir de la creencia y la fe», los cuales se «autotrascienden a partir de la formidable energía psíquica que sacan de nuestros deseos y de nuestros temores.(…) y pueden disponer de nuestras vidas o incitarnos al asesinato. No son sólo los humanos quienes se hacen la guerra por la mediación de dioses y religiones, son también dioses y religiones los que se hacen la guerra por la mediación de los humanos».

Si consideramos que «la esclavitud, el campo de concentración, el genocidio, y finalmente todas las inhumanidades, son reveladoras de humanidad», para entender estos actos de inhumanidad debemos pensar que, con Morin, «el principio de reducción y disyunción que han reinado en las ciencias, incluidas las humanas (que de este modo se han vuelto inhumanas), impiden pensar lo humano. El ser estructuralista ha hecho virtud de este obstáculo y Lévi-Strauss incluso pudo enunciar que el fin de las ciencias humanas no es revelar al hombre, sino disolverlo.» (Morin E.)

Entendamos entonces que si es «el modo de conocimiento lo que inhibe nuestra posibilidad de concebir lo complejo humano» debemos, para humanizar el ser humano, desarrollar una Mediación Pedagógica no solamente para que el ser humano viva como humano, sino que como humano viva en la humanidad, para lograr un cambio paradigmático que haga énfasis en los actos noológicos de humanidad del ser humano, los cuales aventajan con creces los actos de inhumanidad ya que sin ellos –los actos humanos- no existiría la vida en el planeta Tierra ni el planeta mismo.

Ese proceso de humanización debe ser paso previo hacia la universalización del ser humano, en la categorización que «cuando el sujeto puede abrir su Nosotros al otro, a sus semejantes, a la vida, el mundo, se vuelve rico en humanidad» y en la aceptación dialéctica-dialógica de que «el otro es a la vez el semejante y el desemejante», con sus multipersonalidades y sus multipropósitos: vivir, amar, procrear, trascender, luchar, etc, etc. (Morin.)

En ese dramático y complejo panorama, creemos que una de las conclusiones del libro de Maya y Petro, no sabemos si lo plantean de manera consciente, es la imperiosa necesidad de llevar a cabo una Mediación Pedagógica, entendiéndola ésta como la única forma de abordar nuestros problemas, aciertos y desaciertos, de una manera compleja, diferente, no lineal. A partir de una situación que algunos pueden calificar como caótica podemos extraer valiosos aportes para la superación de esa larga noche de aculturación que padecemos, porque como lo plantea IlyaPrigogine: «El caos posibilita la vida y la inteligencia»

Abordar sucesos álgidos, dolorosos, catastróficos, de nuestra historia reciente, como los del Palacio de Justicia, es transitar por lo que con el maestro Franciso Guitiérrez llamamos Mediación Pedagógica para La Paz, la cual tendría que tocar necesariamente todas las instancias de la vida económica, social y personal de la sociedad colombiana, e implicaría necesariamente «el desaprender lo aprendido» y comenzar a aprender lo no aprendido, es decir, el respeto a la singularidad de la vida misma, el reconocimiento del adentro interiorísimo del otro y la aceptación de la complejidad de la vida de hoy, la cual debe ser vivida con su fuente permanente de incertidumbres.

De igual manera, debemos tocar la fibra sensitiva de la sociedad en su conjunto, valorando con creatividad las enormes fuerzas sociales que se mueven en su interior, permitiéndoles la participación que hasta hoy solo es permitida con la participación electoral, además de incentivar su expresividad en desarrollo de la interrelacionalidad inherente a toda sociedad que se considere viva.

Por supuesto que en este proceso deben participar las partes directamente involucrados en la guerra civil, o sea, el Estado colombiano en su conjunto y la insurgencia armada representada en las guerrillas, además de las diferentes formas de expresión organizacionales de los grupos sociales, sindicatos, partidos políticos, organizaciones de mujeres y de derechos humanos, así como la participación efectiva y solemnizadora de la niñez.

En esta tarea de Mediación Pedagógica, juega papel fundamental echar mano de los planteamientos de la Biopedagogía del maestro Francisco Gutiérrez, de la teoría del caos de Prigogine, del pensamiento complejo de Edgar Morin, de la biología del amor y la teoría de la autopoiesis de Humberto Maturana y Francisco Varela, de las teorías educativas de Gallegos Nava, así como rescatar los saberes ancestrales de nuestros indígenas y del pensamiento de avanzada en Colombia y latinoamericano, para ir conformando un todo que nos permita resarcirnos de los más de 500 años de estar ciegos ante nosotros mismos y agredirnos mutuamente, para desarrollar acertadamente esta Mediación Pedagógica para la Paz de los colombianos que realmente deseamos la paz para vivir la vida en paz.

Tamaña tarea histórica exigirá esfuerzos por ir desbrozando camino sobre la marcha, en la búsqueda incesante de la luz guía, a la vez que una enorme paciencia que solo los hombres y mujeres con un nivel de conciencia cósmica y real dimensión espiritual, pueden desarrollar con una visión integradora y totalizadora de una realidad compleja, complicada, oscurecida por múltiples intereses, visión necesaria para llevar a feliz puerto el anhelo de los colombianos y todos los pueblos latinoamericanos por una nueva vida, que sepa enlazar los niveles de conciencia separados y difusos.

Sólo así comenzaremos los colombianos a transitar los caminos para Humanizarnos en vez de Barbarizarnos, Universalizarnos en vez de Humanizarnos, entendiendo que «todo ser humano, como el punto singular del holograma, lleva el cosmos en sí (…) todo individuo, incluso el más reducido a la más banal de las vidas, constituye en sí mismo un cosmos», a la vez que nunca perder de vista que lo que nos ha hecho humanos nos hace caminar, encontrarnos, orientarnos, perdernos, extraviarnos, reencontrarnos, creernos, dudar, redudar, amar, odiar, sentir placer y dolor, vivir muertos la vida y en la lucha por la vida vivir muertos de la risa la muerte, en fin, vivir y revivir la vida en espiral como un bucle, como homo complexus.

El libro de Maureén Maya y Gustavo Petro, ‘Prohibido Olvidar’, es uno de los libros imprescindibles para comenzar a transitar caminos de Reconciliación entre los colombianos.

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